En la ciudad de Lima se conserva todavía aquella agudeza de ingenio y la gracia en la fina ironía, aquella disposición ligera de ánimo que no toma en serio la vida. En literatura, esa traviesa disposición ha dado lugar a un género peculiar, espontáneo y risueño, conocido como "criollismo".
La distinguida folklorista Mildred Merino de Zela apunta que "Lima dio a luz el criollismo como una depurada conjunción de lo nativo y lo hispano filtrado por el terruño y ha impreso su sello en todas las actividades: hay música criolla como política criolla y gracia criolla. Y se ha acriollado toda la costa peruana".
Las sabrosas comidas y dulces criollos son otro capítulo amplio y característico del folklore limeño, que ha generado restaurantes típicos, a las vivanderas y vendedores ambulantes.
Las procesiones (como la famosísima del Señor de los Milagros), los toros, las ferias populares, las romerías al cementerio, las fiestas patrias, la venta ambulatoria de todo cuanto se pueda imaginar, configuran una enorme gama de personajes y costumbres populares limeños, plenos del encanto de la espontaneidad, del color y de la intensa fuerza vital de la cotidianidad que envuelve a la ciudad de Lima.
El Cristo de Pachacamilla, Señor de los Milagros
El culto a la imagen del Señor de los Milagros, patrono de Lima, se remonta al siglo XVII. En aquella época, los españoles ubicaban a indios y negros en un barrio cercano al antiguo templo preinca de Pachacamac. Allí, según la tradición, un mulato pintó sobre un muro la imagen que hasta hoy se venera.
En noviembre de 1655 un terremoto castigó a Lima, dejando al barrio de Pachacamilla totalmente convertido en escombros, salvo el muro que había pintado el mulato con la efigie de Cristo Crucificado. La gente tomó este hecho como un milagro, por lo que numerosos devotos empezaron a acudir a este lugar, y a dar testimonio de milagros y gracias que les habían sido concedidos.
La fe popular aumentó cuando el muro se mantuvo en pie después de que otro terremoto arrasara la ciudad, en 1687. Fue entonces cuando el cabildo lo nombró Patrono de Lima, fundándose también la hermandad del Señor de los Milagros, cuyos miembros son los responsables cada año de cargar las andas de la venerada imagen, hechas con 450 kilos de plata fina, y que llega a pesar cerca de 2 toneladas a causa de los milagros y ornamentos con que se suele adornarla. La hermandad del Señor de los Milagros agrupa en la actualidad a 3 500 miembros divididos en 20 cuadrillas, cada una de las cuales cuenta con 120 devotos; además de 2 cuadrillas de cantoras y sahumadoras.
Con el tiempo, se le construyeron un convento y una iglesia, donde se guarda el muro original, bajo el cuidado de las madres nazarenas. Desde entonces, cada año, una réplica del Señor de los Milagros es sacada en procesión en fechas 18, 19 y 28 de octubre, en medio de una muchedumbre de devotos que conforman la procesión más grande y numerosa de toda América.
El Vals
Si algún género musical identifica por tradición a Lima, éste es, sin duda, el vals criollo, invención limeña urbana por excelencia que se ha hecho mundialmente conocida.
El vals vienés llegó desde los salones europeos hasta las aristocráticas veladas limeñas. En poco tiempo el proletariado urbano se adueñó de él, imprimiéndole su propio sello, haciéndolo realmente criollo en todo el sentido de la palabra, proceso que llegó a su máxima expresión en la figura de Felipe Pinglo, considerado como el más importante compositor dentro de este género.
El vals (y la polka criolla) se convirtió en el rey de las jaranas "de rompe y raja", en narrador de la vida en el "callejón de un solo caño", en el custodio de la tradición oral del barrio, en expresión pura del alma popular.
En aquellos primeros años del siglo, cuando no existía ningún tipo de mercado del disco o de la radio, el vals criollo conservaba su carácter de vivencia colectiva, de celebración ritual en todas las fiestas y "jaranas", familiares o de barrio, en las cuales se difundían las nuevas composiciones y los intérpretes se daban a conocer.
Entre los compositores criollos más tradicionales se cuentan a Pedro Espinel, Pablo Casas, Laureano Martínez Smart, Manuel Covarrubias, Máximo Bravo, Eduardo Márquez Talledo, Pedro A. Bocanegra, Alcides Carreño y Manuel Raygada, así como Serafina Quinteras y Amparo Baluarte.
En la década del 50, aproximadamente, el vals entra en un proceso de cambio, al igual que Lima misma y su sociedad. Lima ya no era la misma ciudad tranquila de principios de siglo; se había iniciado la gran migración provinciana, que la convertía inevitablemente en una gran población que crecía día a día, donde las condiciones de vida se hacían cada vez más duras y agresivas.
Compositores como Mario Cavagnaro o Augusto Polo Campos trataron de recoger estas transformaciones, incorporando en sus temas la "replana" o "jerga" limeña, consiguiendo con esto una nueva posición entre la población.
Debido a las transformaciones, surge la necesidad de crear los "Centros Musicales" luego de la década del 30, cuando el vals parecía dejar algunos de sus rasgos acostumbrados. Centros como el "Carlos A. Saco" y el "Felipe Pinglo Alva", nombrados así luego de la muerte de ambos autores, se convierten en "auténticas peñas donde se guarda la tradición musical" (César Santa Cruz).
Otros compositores de este período son Lorenzo Humberto Sotomayor, Erasmo Díaz, Alberto Haro, Manuel Acosta Ojeda, Luis Abelardo Núñez, Rafael Otero y, entre las mujeres, Alicia Maguiña.
En esta época también se hizo conocido el guitarrista Oscar Avilés, quien se ganó tantos admiradores como detractores por los novedosos punteos con que acompañaba a los cantantes, pero que resultaron ser vistosas e innovadoras introducciones para las melodías.
En medio de este panorama, surge la figura de Chabuca Granda, autora del famoso vals "La flor de la canela" y del no menos conocido "Fina estampa".
Ella, a diferencia de otros cultores del vals criollo, no era de extracción popular, y expresaba en sus temas la nostalgia de los antiguos limeños por la Lima tradicional que se iba perdiendo, y por el tiempo pasado que, sin duda, recordaban como una época mejor.
Chabuca Granda abrió un nuevo camino al fusionar el vals criollo con armonías de jazz y bossa nova, tratando de innovar y hacer evolucionar el género, con lo cual, si bien lo enriqueció musicalmente y lo llevó a escenarios internacionales, lo alejó más aún de sus raíces urbano-populares.
En los últimos años han surgido diversas tendencias que han pretendido innovar el vals, aunque sin alcanzar gran trascendencia, quizás porque, en palabras de Oscar Avilés, se ha perdido el "sabor" criollo, "no por culpa de los jóvenes, sino porque no hubo transmisión del mensaje en el momento adecuado, la tradición se quedó en los barrios y no trascendió".
Cabe destacar la figura de doña Rosa Mercedes Ayarza de Morales, quien fuera infatigable cultora e investigadora de todos los géneros criollos, aportando además numerosas composiciones.
Entre algunos de los compositores más conocidos recientemente dentro del género hay que mencionar a José Escajadillo, Félix Pasache y Juan Mosto.
El aporte africano
Con la llegada de los esclavos africanos, arribaron también a nuestras costas numerosas voces, ritmos y atuendos distintivos. Éstos se amestizaron durante todo el virreinato, encontrándose actualmente en instrumentos musicales (tales como el cajón y la quijada de burro), ritmos característicos (panalivio, zamacueca o mozamala, festejo, landó, toro mata, socavón, el zapateo y hasta la conocida marinera), y en la particular entonación de las líneas melódicas.
En textos y crónicas del siglo XVIII ya se encuentran referencias y descripciones de los bailes negros, reputados en su época como escandalosos y hasta obscenos; transformados con el tiempo, no sólo han sobrevivido, sino que también se han abierto paso en todos los escenarios, volcándose a todos los públicos.
Actualmente no sólo en las peñas, sino también en las discotecas limeñas consideradas más "exclusivas", no puede faltar una selección de la alegre música negra, que mueve a todos los presentes a la pista de baile.
De toda la música considerada criolla es la que más aceptación tiene en la actualidad entre la juventud. Probablemente su pegadizo ritmo binario la hace más fácil de comprender, entonar y bailar.
Ni siquiera el vals se ha visto libre del fuerte legado cultural africano y ya se considera imprescindible su acompañamiento con cajón y otros instrumentos de percusión. A propósito de esto, antiguamente eran célebres las jaranas de la legendaria Valentina, en el victoriano "Callejón del Buque", donde los concurrentes gozaban por igual con valses, polkas, marineras y festejos, interpretados siempre por guitarras y cajón.
Hay que aclarar, además, que los negros siempre se han considerado criollos y que la distinción entre la práctica musical "negra" y "criolla" surge a partir de la década del 50.
Entre los cultores de la música negra cabe mencionar a verdaderas dinastías como las de los Vásquez y los Vallumbrosio, destacando claramente la familia Santa Cruz, desde el extinto Nicomedes hasta los más jóvenes Octavio y Rafael.
Nicomedes recopiló y grabó numerosos temas negros en un disco que ya es histórico, "Cumananas"; fue además escritor, periodista, investigador, compositor y hábil bailarín.
Similar labor asumió su hermana Victoria, dedicada durante largos años a la investigación y recopilación. Sus sobrinos, Octavio y Rafael, conforman un conocido dúo que ha grabado temas tradicionales negros introduciendo algunas innovaciones.
Mención aparte merece el conjunto "Perú Negro", que ha llevado por casi todo el mundo las diversas danzas costeñas de origen negro, limeñas y de otras procedencias.
Como en todo campo de estudio, no faltan las polémicas, y hay quienes han cuestionado la legitimidad de la forma festejo en particular, afirmando que no es netamente una supervivencia africana amestizada, sino producto de algún compositor criollo. La polémica está abierta, y sin duda será todavía materia de muchas futuras investigaciones.
La "Chicha" o la Irrupción de lo Andino
Sería impropio considerar a la expresión musical denominada "chicha" como folklore, ya que, de acuerdo a convenciones establecidas, no se puede calificar como tal a ninguna forma musical de menos de 50 años de existencia y uso popular. Sin embargo, el fenómeno social que la ha originado es de total actualidad, por lo que resulta de total interés dedicar algunos párrafos al tema.
La música andina mestiza ya había llegado a la capital durante los años 20, originando entre algunos compositores "académicos" una corriente indigenista, totalmente apartada de la práctica popular. Es a partir de los 40 que la aparición del disco y la radio marcaría una nueva etapa en la difusión cotidiana de la música andina aunque era todavía en los coliseos, clubes y campos deportivos donde los intérpretes establecían contacto directo con su público, en su mayoría migrantes.
En los años 50 y 60 la música, fiestas y danzas andinas se hacen cada vez más presentes en Lima, como consecuencia de la acelerada migración de campesinos de la sierra registrada en ese período, quienes se instalaron en la periferia de la ciudad, formando los llamados "pueblos jóvenes".
Al mismo tiempo, los medios de comunicación introducen en el país, entre otros géneros extranjeros, la cumbia colombiana, que alcanzó gran aceptación. Ésta, al ser acogida también en zonas andinas donde la banda era la más frecuente forma de conjunto musical, sufrió ciertas variaciones (de forma e interpretación) y se convirtió poco a poco en un gran éxito comercial al que numerosos grupos se vincularon. Cada uno, por supuesto, le impuso sus propios gustos y preferencias.
En las ciudades mestizas de la sierra (pero sobre todo en Lima, más expuesta por su condición de capital a las influencias externas de los medios), el legado musical andino se combinó con la cumbia y recibió influencias de otros géneros gustados por los jóvenes, como la salsa y el rock.
La forma musical denominada "cumbia peruana" o "chicha" aparece y se impone paulatinamente como la favorita de la juventud descendiente de inmigrantes andinos, volviéndose tan imprescindible en sus fiestas populares (por supuesto, con diferentes prácticas de socialización) como lo había sido el vals en las antiguas jaranas limeñas.
El enorme éxito comercial de esta forma híbrida la hizo saltar rápidamente de las fiestas populares a algunas radios, con lo que su presencia en el contexto urbano se consolidó a través de sus propias empresas promotoras y de sus propios canales de grabación, distribución y ventas. Se debe a que esta forma musical es excluida de muchos circuitos masivos de difusión (tan excluida como el vals criollo y otros géneros netamente peruanos), y rechazada por los estratos medios y altos de la sociedad limeña.
En los últimos años se han hecho populares agrupaciones como "Los Shapis", "Guinda", "Chacalón y la Nueva Crema", "Pintura Roja", y cantantes como "Chapulín", "Pascualillo", etc.
De otro lado, el investigador Raúl Romero afirma que "la cumbia andina constituye una nueva manifestación de los migrantes andinos en la capital, y que ha logrado combinar su género más representativo, el huayno mestizo, con otras influencias musicales para lograr congregar a los jóvenes de ascendencia provinciana y preservar de algún modo la presencia de elementos de origen andino en la capital de la república".
La distinguida folklorista Mildred Merino de Zela apunta que "Lima dio a luz el criollismo como una depurada conjunción de lo nativo y lo hispano filtrado por el terruño y ha impreso su sello en todas las actividades: hay música criolla como política criolla y gracia criolla. Y se ha acriollado toda la costa peruana".
Las sabrosas comidas y dulces criollos son otro capítulo amplio y característico del folklore limeño, que ha generado restaurantes típicos, a las vivanderas y vendedores ambulantes.
Las procesiones (como la famosísima del Señor de los Milagros), los toros, las ferias populares, las romerías al cementerio, las fiestas patrias, la venta ambulatoria de todo cuanto se pueda imaginar, configuran una enorme gama de personajes y costumbres populares limeños, plenos del encanto de la espontaneidad, del color y de la intensa fuerza vital de la cotidianidad que envuelve a la ciudad de Lima.
El Cristo de Pachacamilla, Señor de los Milagros
El culto a la imagen del Señor de los Milagros, patrono de Lima, se remonta al siglo XVII. En aquella época, los españoles ubicaban a indios y negros en un barrio cercano al antiguo templo preinca de Pachacamac. Allí, según la tradición, un mulato pintó sobre un muro la imagen que hasta hoy se venera.
En noviembre de 1655 un terremoto castigó a Lima, dejando al barrio de Pachacamilla totalmente convertido en escombros, salvo el muro que había pintado el mulato con la efigie de Cristo Crucificado. La gente tomó este hecho como un milagro, por lo que numerosos devotos empezaron a acudir a este lugar, y a dar testimonio de milagros y gracias que les habían sido concedidos.
La fe popular aumentó cuando el muro se mantuvo en pie después de que otro terremoto arrasara la ciudad, en 1687. Fue entonces cuando el cabildo lo nombró Patrono de Lima, fundándose también la hermandad del Señor de los Milagros, cuyos miembros son los responsables cada año de cargar las andas de la venerada imagen, hechas con 450 kilos de plata fina, y que llega a pesar cerca de 2 toneladas a causa de los milagros y ornamentos con que se suele adornarla. La hermandad del Señor de los Milagros agrupa en la actualidad a 3 500 miembros divididos en 20 cuadrillas, cada una de las cuales cuenta con 120 devotos; además de 2 cuadrillas de cantoras y sahumadoras.
Con el tiempo, se le construyeron un convento y una iglesia, donde se guarda el muro original, bajo el cuidado de las madres nazarenas. Desde entonces, cada año, una réplica del Señor de los Milagros es sacada en procesión en fechas 18, 19 y 28 de octubre, en medio de una muchedumbre de devotos que conforman la procesión más grande y numerosa de toda América.
El Vals
Si algún género musical identifica por tradición a Lima, éste es, sin duda, el vals criollo, invención limeña urbana por excelencia que se ha hecho mundialmente conocida.
El vals vienés llegó desde los salones europeos hasta las aristocráticas veladas limeñas. En poco tiempo el proletariado urbano se adueñó de él, imprimiéndole su propio sello, haciéndolo realmente criollo en todo el sentido de la palabra, proceso que llegó a su máxima expresión en la figura de Felipe Pinglo, considerado como el más importante compositor dentro de este género.
El vals (y la polka criolla) se convirtió en el rey de las jaranas "de rompe y raja", en narrador de la vida en el "callejón de un solo caño", en el custodio de la tradición oral del barrio, en expresión pura del alma popular.
En aquellos primeros años del siglo, cuando no existía ningún tipo de mercado del disco o de la radio, el vals criollo conservaba su carácter de vivencia colectiva, de celebración ritual en todas las fiestas y "jaranas", familiares o de barrio, en las cuales se difundían las nuevas composiciones y los intérpretes se daban a conocer.
Entre los compositores criollos más tradicionales se cuentan a Pedro Espinel, Pablo Casas, Laureano Martínez Smart, Manuel Covarrubias, Máximo Bravo, Eduardo Márquez Talledo, Pedro A. Bocanegra, Alcides Carreño y Manuel Raygada, así como Serafina Quinteras y Amparo Baluarte.
En la década del 50, aproximadamente, el vals entra en un proceso de cambio, al igual que Lima misma y su sociedad. Lima ya no era la misma ciudad tranquila de principios de siglo; se había iniciado la gran migración provinciana, que la convertía inevitablemente en una gran población que crecía día a día, donde las condiciones de vida se hacían cada vez más duras y agresivas.
Compositores como Mario Cavagnaro o Augusto Polo Campos trataron de recoger estas transformaciones, incorporando en sus temas la "replana" o "jerga" limeña, consiguiendo con esto una nueva posición entre la población.
Debido a las transformaciones, surge la necesidad de crear los "Centros Musicales" luego de la década del 30, cuando el vals parecía dejar algunos de sus rasgos acostumbrados. Centros como el "Carlos A. Saco" y el "Felipe Pinglo Alva", nombrados así luego de la muerte de ambos autores, se convierten en "auténticas peñas donde se guarda la tradición musical" (César Santa Cruz).
Otros compositores de este período son Lorenzo Humberto Sotomayor, Erasmo Díaz, Alberto Haro, Manuel Acosta Ojeda, Luis Abelardo Núñez, Rafael Otero y, entre las mujeres, Alicia Maguiña.
En esta época también se hizo conocido el guitarrista Oscar Avilés, quien se ganó tantos admiradores como detractores por los novedosos punteos con que acompañaba a los cantantes, pero que resultaron ser vistosas e innovadoras introducciones para las melodías.
En medio de este panorama, surge la figura de Chabuca Granda, autora del famoso vals "La flor de la canela" y del no menos conocido "Fina estampa".
Ella, a diferencia de otros cultores del vals criollo, no era de extracción popular, y expresaba en sus temas la nostalgia de los antiguos limeños por la Lima tradicional que se iba perdiendo, y por el tiempo pasado que, sin duda, recordaban como una época mejor.
Chabuca Granda abrió un nuevo camino al fusionar el vals criollo con armonías de jazz y bossa nova, tratando de innovar y hacer evolucionar el género, con lo cual, si bien lo enriqueció musicalmente y lo llevó a escenarios internacionales, lo alejó más aún de sus raíces urbano-populares.
En los últimos años han surgido diversas tendencias que han pretendido innovar el vals, aunque sin alcanzar gran trascendencia, quizás porque, en palabras de Oscar Avilés, se ha perdido el "sabor" criollo, "no por culpa de los jóvenes, sino porque no hubo transmisión del mensaje en el momento adecuado, la tradición se quedó en los barrios y no trascendió".
Cabe destacar la figura de doña Rosa Mercedes Ayarza de Morales, quien fuera infatigable cultora e investigadora de todos los géneros criollos, aportando además numerosas composiciones.
Entre algunos de los compositores más conocidos recientemente dentro del género hay que mencionar a José Escajadillo, Félix Pasache y Juan Mosto.
El aporte africano
Con la llegada de los esclavos africanos, arribaron también a nuestras costas numerosas voces, ritmos y atuendos distintivos. Éstos se amestizaron durante todo el virreinato, encontrándose actualmente en instrumentos musicales (tales como el cajón y la quijada de burro), ritmos característicos (panalivio, zamacueca o mozamala, festejo, landó, toro mata, socavón, el zapateo y hasta la conocida marinera), y en la particular entonación de las líneas melódicas.
En textos y crónicas del siglo XVIII ya se encuentran referencias y descripciones de los bailes negros, reputados en su época como escandalosos y hasta obscenos; transformados con el tiempo, no sólo han sobrevivido, sino que también se han abierto paso en todos los escenarios, volcándose a todos los públicos.
Actualmente no sólo en las peñas, sino también en las discotecas limeñas consideradas más "exclusivas", no puede faltar una selección de la alegre música negra, que mueve a todos los presentes a la pista de baile.
De toda la música considerada criolla es la que más aceptación tiene en la actualidad entre la juventud. Probablemente su pegadizo ritmo binario la hace más fácil de comprender, entonar y bailar.
Ni siquiera el vals se ha visto libre del fuerte legado cultural africano y ya se considera imprescindible su acompañamiento con cajón y otros instrumentos de percusión. A propósito de esto, antiguamente eran célebres las jaranas de la legendaria Valentina, en el victoriano "Callejón del Buque", donde los concurrentes gozaban por igual con valses, polkas, marineras y festejos, interpretados siempre por guitarras y cajón.
Hay que aclarar, además, que los negros siempre se han considerado criollos y que la distinción entre la práctica musical "negra" y "criolla" surge a partir de la década del 50.
Entre los cultores de la música negra cabe mencionar a verdaderas dinastías como las de los Vásquez y los Vallumbrosio, destacando claramente la familia Santa Cruz, desde el extinto Nicomedes hasta los más jóvenes Octavio y Rafael.
Nicomedes recopiló y grabó numerosos temas negros en un disco que ya es histórico, "Cumananas"; fue además escritor, periodista, investigador, compositor y hábil bailarín.
Similar labor asumió su hermana Victoria, dedicada durante largos años a la investigación y recopilación. Sus sobrinos, Octavio y Rafael, conforman un conocido dúo que ha grabado temas tradicionales negros introduciendo algunas innovaciones.
Mención aparte merece el conjunto "Perú Negro", que ha llevado por casi todo el mundo las diversas danzas costeñas de origen negro, limeñas y de otras procedencias.
Como en todo campo de estudio, no faltan las polémicas, y hay quienes han cuestionado la legitimidad de la forma festejo en particular, afirmando que no es netamente una supervivencia africana amestizada, sino producto de algún compositor criollo. La polémica está abierta, y sin duda será todavía materia de muchas futuras investigaciones.
La "Chicha" o la Irrupción de lo Andino
Sería impropio considerar a la expresión musical denominada "chicha" como folklore, ya que, de acuerdo a convenciones establecidas, no se puede calificar como tal a ninguna forma musical de menos de 50 años de existencia y uso popular. Sin embargo, el fenómeno social que la ha originado es de total actualidad, por lo que resulta de total interés dedicar algunos párrafos al tema.
La música andina mestiza ya había llegado a la capital durante los años 20, originando entre algunos compositores "académicos" una corriente indigenista, totalmente apartada de la práctica popular. Es a partir de los 40 que la aparición del disco y la radio marcaría una nueva etapa en la difusión cotidiana de la música andina aunque era todavía en los coliseos, clubes y campos deportivos donde los intérpretes establecían contacto directo con su público, en su mayoría migrantes.
En los años 50 y 60 la música, fiestas y danzas andinas se hacen cada vez más presentes en Lima, como consecuencia de la acelerada migración de campesinos de la sierra registrada en ese período, quienes se instalaron en la periferia de la ciudad, formando los llamados "pueblos jóvenes".
Al mismo tiempo, los medios de comunicación introducen en el país, entre otros géneros extranjeros, la cumbia colombiana, que alcanzó gran aceptación. Ésta, al ser acogida también en zonas andinas donde la banda era la más frecuente forma de conjunto musical, sufrió ciertas variaciones (de forma e interpretación) y se convirtió poco a poco en un gran éxito comercial al que numerosos grupos se vincularon. Cada uno, por supuesto, le impuso sus propios gustos y preferencias.
En las ciudades mestizas de la sierra (pero sobre todo en Lima, más expuesta por su condición de capital a las influencias externas de los medios), el legado musical andino se combinó con la cumbia y recibió influencias de otros géneros gustados por los jóvenes, como la salsa y el rock.
La forma musical denominada "cumbia peruana" o "chicha" aparece y se impone paulatinamente como la favorita de la juventud descendiente de inmigrantes andinos, volviéndose tan imprescindible en sus fiestas populares (por supuesto, con diferentes prácticas de socialización) como lo había sido el vals en las antiguas jaranas limeñas.
El enorme éxito comercial de esta forma híbrida la hizo saltar rápidamente de las fiestas populares a algunas radios, con lo que su presencia en el contexto urbano se consolidó a través de sus propias empresas promotoras y de sus propios canales de grabación, distribución y ventas. Se debe a que esta forma musical es excluida de muchos circuitos masivos de difusión (tan excluida como el vals criollo y otros géneros netamente peruanos), y rechazada por los estratos medios y altos de la sociedad limeña.
En los últimos años se han hecho populares agrupaciones como "Los Shapis", "Guinda", "Chacalón y la Nueva Crema", "Pintura Roja", y cantantes como "Chapulín", "Pascualillo", etc.
De otro lado, el investigador Raúl Romero afirma que "la cumbia andina constituye una nueva manifestación de los migrantes andinos en la capital, y que ha logrado combinar su género más representativo, el huayno mestizo, con otras influencias musicales para lograr congregar a los jóvenes de ascendencia provinciana y preservar de algún modo la presencia de elementos de origen andino en la capital de la república".
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