miércoles, 19 de noviembre de 2014

Ucayali

Los shipibo-conibo

El grupo étnico de los shipibo-conibo, de la familia lingüística pano, se encuentra ubicado a lo largo del río Ucayali y afluentes, como el Cushabatay, Pisquis, Aguaytía, Bajo Pachitea, Maqui, Cashiboya, Roaboillo, Callería, Tamaya y Sheshe, en territorios ucayalinos y loretanos.

Se considera que el territorio conibo se inicia río arriba de Pucallpa, pasando Masisea, y el de los shipibos río abajo; pero en realidad hay comunidades de ambos grupos en las dos zonas. El territorio shipibo tiene una superficie de aproximadamente 15 mil m2, ubicándose la mayor parte en la formación ecológica denominada bosque seco tropical por Joseph Tossi, ocupando una extensa área de baja elevación entre Contamana (extremo sur de Loreto) y Bolognesi (zona centro-sur de Ucayali), en la hoya del río Ucayali; los terrenos más elevados, en cambio, permanecen en la formación bosque húmedo tropical.

Tradicionalmente, los shipibo-conisbo han ocupado las zonas elevadas de las tierras bajas, porque les permitían estar cerca del río, importante vía de comunicación y fuente de sustento, mantener sus viviendas a salvo de las inundaciones y disponer de las tierras enriquecidas por los depósitos de fango que dejaban las inundaciones.

Su economía está basada en la explotación de los recursos del bosque dirigida al autoconsumo, manteniendo un uso restringido de los suelos para la agricultura en pequeña escala, actividad que es complementada con otras fuentes de recursos como la pesca, la caza y la recolección. Los principales cultivos temporales son el maíz, la yuca, el arroz, el frijol y el zapallo, perdurando hasta la actualidad el uso del "tacarpo", instrumento agrícola tradicional para hacer agujeros en el suelo.

Estas comunidades presentan tres modalidades básicas de asentamiento, ya sea en torno a una plaza, dispersas en un territorio, o combinando las dos primeras formas. En todo caso, la limitación de recursos del bosque tropical impide concentraciones mayores a 250 habitantes.

Su organización social y política gira en torno a un jefe elegido por la comunidad tomando en cuenta la fuerza de su personalidad y otras cualidades de liderazgo.

Antiguamente estas comunidades habitaban en grandes casas comunales, mas en la actualidad la mayoría son unifamiliares, construidas por el padre de familia con la ayuda de sus hijos, utilizando las maderas del lugar; la influencia de los pueblos mestizos, sin embargo, está introduciendo nuevos materiales, como planchas de calamina y maderas cortadas.

Los trajes masculinos de uso diario evidencian una total occidentalización, en tanto que la vestimenta femenina mantiene sus características étnicas. Sólo durante sus festividades es donde todos vuelven a lucir los trajes tradicionales: shintonte (falda artesanal con un ruedo de semillas y/o cascabeles), cotón (blusa, adoptada por influencia de los misioneros), pañuelo sobre la cabeza y multitud de collares de semillas las mujeres, y los hombres el tari (larga túnica de algodón) y pulseras de dientes de mono. 

Ambos sexos se pintan la cara y las extremidades con unos preparados a base de achiote (rojo) y de un fruto llamado huito (negro azulado).




Los rituales del ayahuasca

Como en casi todas las etnias de la amazonía, el ayahuasca juega un papel fundamental en los rituales mágicos y de medicina tradicional a cargo de curanderos y brujos; la planta es utilizada para encontrar el origen del dolor o la enfermedad, y así poder buscarle un remedio apropiado.

No se sabe exactamente cuándo ni en qué circunstancia se empezó a usar el ayahuasca; lo que sí se ha observado es que los nativos americanos descubrieron prácticamente la totalidad de plantas psicotrópicas. Es de suponerse que, empujado por la necesidad de conseguir alimento, el hombre primitivo probó las diferentes plantas, flores, tubérculos y frutos, así como la carne de los animales que podía cazar, y descubrió los diferentes efectos que cada planta o animal le producía, aprendiendo de este modo a distinguir las plantas alimenticias de aquellas con otras propiedades.

Posteriormente surgieron creencias religiosas y mitologías; con ello los rituales se multiplicarían, quedando reservados al jefe de la tribu o al hechicero. Este último es el encargado de transmitir de una generación a otra la amplia información sobre los dioses tutelares y sus poderes, los ritos que hay que practicar en su honor, los castigos que infligen, etc.

Y es probable que, durante la ingesta accidental de alguna planta alucinógena, el hombre haya tenido la oportunidad de "ver" a sus dioses y hablar con ellos, según las normas ideadas por la tribu. Así, la planta se convirtió en elemento indispensable para la práctica ritual y mágica; incluso en algunas culturas se les rendía homenaje (y aún culto) a estas plantas por considerarlas sagradas.

La planta alucinógena concede "poderes sobrenaturales" a quien la ingiere y lo hace capaz no sólo de ver a los dioses, sino también de tener visiones sobre el futuro y hacer predicciones. Gracias a la alucinación el hechicero puede satisfacer el deseo de dominar a la naturaleza y convertirse en mago, viendo lo que los demás no pueden ver.

Cada "maestro" tiene su propio estilo de preparar la ayahuasca, pero lo usual es que se siga una dieta previa rigurosa, que supone abstinencia de sal, dulce, manteca, ají y licor, así como de relaciones sexuales.

El preparado se hace a base de tallos macerados de una liana con propiedades alucinógenas, cocimiento que se hace hervir más de doce horas junto con otras plantas que potencian su acción y tienen, además, efectos purgativos. Entre las demás hierbas que se emplean más comúnmente están la "chacruna", "yagé", "toé" y el "chirizanango".




El preparado se administra en ceremonias grupales nocturnas, realizadas los martes y viernes. Los participantes ingieren el preparado y se disponen a esperar sus efectos. Una vez asimilada la droga, los bebedores empiezan a agitarse, tendidos en el suelo, para luego caer en un tremendo adormecimiento; es en ese momento cuando el brujo les empieza a hacer preguntas sobre lo que ven. Tras la etapa de intoxicación sigue la de debilidad, y finalmente un sueño profundo.

Los Asháninkas y Sendero Luminoso

Los asháninkas, grupo étnico perteneciente a la familia lingüística de los arawaks, habitan en los valles selváticos de los ríos Ene, Perené, Tambo y Urubamba, dedicados (como otras tantas tribus) a la caza menor y a la agricultura de subsistencia.

Los asháninkas se han caracterizado siempre por la especial destreza con que manejan el arco y las flechas, con las que son capaces de cazar inclusive animales grandes y pesados, como sajinos y sachavacas.




La vida de la población asháninka sufrió dos rudos golpes a mediados de los años 80, cuando el azote del narcotráfico, por un lado, y el del terrorismo de Sendero Luminoso por el otro, motivaron que poblaciones enteras de asháninkas abandonaran sus tierras, voluntaria o forzadamente.




En aquellos años, los senderistas, siguiendo las consignas de ganar "apoyo para la guerra popular" entre las poblaciones campesinas, empezaron a reclutar (con amenazas de muerte a las familias) a jóvenes asháninkas, con el propósito de adoctrinarlos en el senderismo y unirlos posteriormente a sus filas, tras un periodo de adiestramiento.

Los asháninkas, una de las naciones amazónicas más tradicionalmente guerreras, se resistían, por lo que fueron perseguidos y cruelmente acosados por los senderistas, siendo muchas veces arrasadas aldeas enteras y secuestrados sus niños y jóvenes a la fuerza.

Las familias que conseguían huir del terror abandonaban todo y se alejaban de sus tierras, en su afán de estar a salvo. Las comunidades más numerosas, sin embargo, se organizaron en rondas, con el apoyo del ejército peruano, y continuaron heroicamente su resistencia.

Las fuerzas armadas, tras varios años de enfrentamientos, consiguieron desalojar de la zona a los senderistas, rescatando asimismo a comunidades enteras de asháninkas que se hallaban prácticamente secuestradas por éstos.

Posteriormente, instituciones como Survival International y la Iglesia Católica prestaron importante ayuda a los nativos para que recompusieran sus poblaciones y pudiesen volver a cultivar sus tierras, proceso que continúa hasta hoy.

Otros grupos nativos

La población indígena del departamento ha sido estimada (Censo 1993) en 36 430 habitantes, constituidos en 244 comunidades nativas que representan a las diversas etnias de la región. La etnia más numerosa es la de los shipibo-conibo (18 237 individuos), seguida por la campa-asháninka (4 838 individuos). Las etnias con menor número de representantes son la culina (300 individuos) y la yaminahua (304 individuos).

Las otras etnias con presencia en el departamento son cashinahuas, piros, amahuacas, cacataibos, cocamas y sharanahuas-marinahuas-mastanahuas.




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