jueves, 13 de noviembre de 2014

Madre de Dios

Música y tradiciones

El folklore de Madre de Dios ha sido difícil de estudiar, dada la inaccesibilidad y la escasa densidad demográfica del territorio. El ministerio de Educación y los misioneros han conseguido recopilar sus leyendas y mitos, en tanto que el ilustre compositor y musicólogo alemán Rodolfo Holzmann recogió algunos cantos de las tribus selváticas peruanas, incluyendo entre ellos uno de la tribu culina, que habita el extremo noreste del departamento, en la zona limítrofe con Ucayali.

Su folklore tiene mucho en común con el de otras regiones selváticas, aunque a veces, según suele ocurrir en la transmisión oral de leyendas, se han cambiado diversos caracteres.




En Puerto Maldonado se cuentan historias de personas desaparecidas a causa del "chullachaqui", un hombrecito de pequeña estatura vestido con sombrero, camisa roja y pantalón corto; su pierna derecha es más corta que la izquierda y tiene pies de tigre. Está siempre al acecho para llevarse a la gente y hacerla desaparecer.

En Iñapari existe la leyenda del "mapinguay", enorme y corpulento animal de un solo ojo, con patas traseras como de buey pero terminadas en garras. La única manera de destruirlo es cortándole el ojo. Pero cuentan que una vez un hombre, por librar a su hijo del mapinguay, le arrojó ácido muriático a la cara; el monstruo, lleno de rabia, soltó al muchacho y abrió su desdentada boca abalanzándose hacia el hombre, instante que éste aprovechó para meter su mano dentro del animal, cogerle la cola con toda su fuerza y volverlo del revés, dejando al descubierto su interior. Así murió el terrible monstruo, pero sus semejantes siguen vagando por la selva.

En Tahuamanu se invoca al pajarito "irapuru", que atrae la suerte en el juego y en las aventuras amorosas. Este pajarito también sabe hablar cuando cree necesario amonestar a alguien, dar lecciones y castigar a los codiciosos. Se dice que en una ocasión le habló así a un jugador descontento: "Amigo mío, no se puede conseguir todo al mismo tiempo. Hay que perseguir una cosa u otra."

Dramáticas leyendas explican la existencia de las tribus iñaparis. Un audaz cauchero atrajo a la hija del cacique, valiéndose del triste y melodioso canto del "tunche" y la raptó. El angustiado padre salió con toda la tribu en su búsqueda abandonando el río Acre, donde hasta entonces habían vivido. El rastro del raptor los alejaba cada vez más, llevándolos hasta el Brasil, donde habrían sido capturados por una tribu enemiga; la selva guarda el secreto de si sobrevivió la hermosa prisionera. Y el Acre quedó desolado, pues ella jamás volvió. Sólo quedó su recuerdo en el nombre del lugar, Iñapari.

Extraordinarios mitos aclaran los orígenes de algunas tribus, de las diversas plantas alimenticias, de los ríos y de los seres que conforman el hábitat selvático, en tanto que otras narraciones hablan de los espíritus que los pueblan, de la crueldad de los caucheros; asimismo los abusos de los falsos misioneros también han mantenido su recuerdo en la tradición oral.

Los rituales del "Ayahuasca"

La ceremonia nocturna del "ayahuasca" se realiza los martes y los viernes. El "maestro" y sus clientes ingieren este preparado amargo (a base de tallos macerados de una liana que crece en la selva), cuyas propiedades alucinógenas han sido interpretadas con criterio mágico por la medicina popular.

Los curanderos y sus clientes recurren al "ayahuasca" ya sea para aliviar el dolor o la enfermedad, o bien para descubrir lo desconocido y conocer el origen de las cosas.




Se afirma que esta bebida alucinógena otorga, mientras dura su efecto, la facultad de prever el futuro y una intuición extraordinaria; la tradición popular cita casos de hallazgos de tesoros o de personas perdidas en la selva, descubrimientos de robos, etc.

Las visiones del "ayahuasca" son alucinaciones visuales organizadas, muy complejas, que se producen espontáneamente, y participan en ellas muchos territorios de la percepción y otras funciones psíquicas. Sin embargo, a lo largo de este proceso hay lucidez, y el sujeto registra estas vivencias como si fuera un espectador, conservando incluso su juicio crítico, consciente de su irrealidad. A esta etapa de intoxicación sigue un estado de debilidad, y finalmente el sueño.


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